martes, 9 de octubre de 2007

THE PERVERT'S GUIDE TO CINEMA


El polémico filósofo y psicoanalista Slavoj Zizek ha plasmado su formidable interés por el cine en una serie documental producida en 2006 y titulada The pervert’s guide to cinema. Muchas de sus reflexiones se encuentran en su libro Lacrimae rerum, Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio (ed. Debate, 2006), pero su traslación cinematográfica, con la ayuda de la directora Sophie Fiennes, es especialmente provocadora y sugestiva. Zizek se introduce en los decorados de películas como Psicosis, La conversación o Terciopelo azul y con extractos de estos y otros títulos expone, a través de tres capítulos de una hora aproximada cada uno, cómo el cine y la filosofía van de la mano cuando los grandes cineastas nos permiten pensar en términos visuales. El DVD se puede adquirir en las librerías La Central de Madrid y Barcelona, o a través de la web oficial de la serie: www.thepervertsguide.com.

Slavoj Zizek sostiene que el cine es el arte más perverso que existe: “No nos da lo que deseamos, sino que nos dice cómo desear”. Al mismo tiempo que suscita el deseo, el cine se encargaría de domesticarlo, de darle una distancia de seguridad para paliar sus efectos deformantes sobre la realidad. Zizek recurre a Matrix, sin ninguna simpatía por la monserga religiosa que ésta destila, para hablar de la ilusión que nuestra libido necesita para mantenerse, de ese “suplemento virtual” sin el que no podemos vivir, y de la angustia y ansiedad que nos produce su insatisfacción. ¿Es este el horizonte último de nuestra experiencia?, se pregunta. Y en el cine, ¿somos capaces de encontrar la emoción verdadera de la ansiedad, o el cine como tal es mera superchería?

Como arte de las apariencias, el cine nos estaría apuntando algo acerca de cómo la realidad se constituye a sí misma. Apoyándose en una secuencia de Alien resurrección, donde Ripley destruye los clones imperfectos a partir de los que ella ha sido creada, Zizek valora la modernidad de una antigua teoría gnóstica que explica nuestro mundo como una creación inacabada, ni completamente real ni enteramente constituida. A través de esta ontología de una realidad no terminada el cine se habría convertido en un arte moderno. Lars von Trier insistiría en ello con Dogville, donde todo se desarrolla en un decorado trazado con líneas en el suelo y aún así nos fascina, la ilusión persiste. Su película sería una alegoría sobre la creencia en el propio cine, porque la paradoja del cine, según Zizek, es la paradoja de la creencia.

Zizek se fija en Hitchcock, Takovski, Kieslowski y Lynch, directores que tienen en común una “autonomía de la forma cinematográfica” que va más allá de la expresión y articulación de un contenido narrativo. Se trata de formas que se comunican, que reverberan unas con otras, de un “primer plano de proto-realidad” que estaría en contacto directo con el exceso energético de nuestra mente, con la libido. El cine nos abriría a esta dimensión crucial, al reconocimiento de ese exceso que no estamos preparados para afrontar en la realidad: de esto hablaría Chaplin en Luces en la ciudad, donde la florista descubre que no es un rico caballero quien ha pagado la operación que ha hecho que recupere la vista, sino un patético vagabundo. Para Zizek el problema no es tomarse demasiado en serio la ilusión, al contrario, es no tomársela suficientemente en serio, porque es más real de lo que parece: “Si buscáis qué es en realidad más real que la realidad misma –concluye– mirad en la ficción cinematográfica”.

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