Ricardo Muñoz Suay (1917-1997) es el niño que está a la derecha, junto a su hermano Vicente (1921-1983). Fue un hombre polifacético de intensas vivencias, una marca biológica de los espinosos avatares de nuestro siglo XX, según se lee en la biografía que ha escrito el profesor y crítico de cine Esteve Riambau, Ricardo Muñoz Suay, una vida en sombra (Tusquets Editores). Activista universitario en la Segunda República y antifascista en la guerra civil, “topo” en su domicilio familiar en la inmediata posguerra y preso por su militancia comunista en las cárceles franquistas, agitador cultural y coordinador político de los intelectuales antifranquistas en la clandestinidad, su agitada experiencia política imprimió su carácter, maquiavélico y generoso, despiadado y tierno al tiempo.
Junto a la política, el otro sesgo de su trayectoria vital fue su pasión cinéfila, que despertó en él siendo un niño, cuando asistió por casualidad a una filmación en un patio valenciano, y culminó con la creación de la Filmoteca que hoy lleva su nombre en su ciudad natal. Como técnico, productor, escritor o ideólogo, por mucho tiempo no hubo en España ninguna iniciativa cinematográfica relevante de la que no fuera parte principal, casi siempre conspirando y moviendo los hilos desde la retaguardia: las primeras revistas críticas que abogaron por un neorrealismo español (Índice, Objetivo, Cinema Universitario), las Conversaciones de Salamanca, la nueva ola protagonizada por Bardem y Berlanga, la complicada singladura de UNINCI (la productora gestionada por la cúpula del Partido Comunista), el nuevo cine español, el intento de incorporar al cine español al legendario guionista italiano Cesare Zavattini, los rodajes españoles de Buñuel, la vanguardista Escuela de Barcelona...
Hacia el final de su vida, cuando Ricardo volvió a Valencia para buscar en ella la magdalena de Proust, ya hacía veinte años que ejercía de anticomunista, concretamente desde que el desastre de UNINCI dio al traste con buena parte de sus ambiciones y algunas de sus amistades. Aunque aún seguía votando comunista en Cataluña, al PSUC, andaba enredado en un particular ajuste de cuentas con la memoria, algo que fue notorio en su manejo del Congreso Internacional de Intelectuales y Artistas de 1987, una repetición del Congreso de Intelectuales Antifascistas de 1937, donde ahora quería hacer del André Gide de Retour de l’URSS.
En 1995, cuando el PP sustituyó al PSOE al frente de la Generalitat, Ricardo, nuevamente desencantado de sus últimos compañeros de viaje, con los que había sostenido varios pulsos de poder, consiguió ser el único gestor cultural de la etapa socialista que se mantuvo al frente de un puesto de responsabilidad. Pero antes de morir, consolidada la Filmoteca en la que fundió sus entusiasmos de cinéfilo y memorialista, Ricardo pensaba regresar definitivamente a Barcelona, chasqueado de una Valencia en la que nunca se reencontró.
En un manuscrito inédito titulado El viaje y fechado en marzo de 1993 ya había escrito: “Atrás dejo esta ciudad terrible, poblada una gran parte por seres deleznables, sin calma, sin la bondad del pueblo como núcleo de quietud, reposo y tranquilidad cotidiana. Valencia es una ciudad inhóspita, sin lugares para el descanso, para el aseo, sin esas avenidas que pueden llevarte a la dicha. (...) El tren sigue alejándome y acercándome. ¿Puedo ser un valenciano desarraigado, sin raíces? Mis raíces tan sólo son un recuerdo, unas imágenes, unos olores, un pálpito familiar o amoroso”.
Quien quiera conocer más de Ricardo puede leer De Ricardo Muñoz Suay, de César Gavela. Se trata de un «libro de amigo», según el autor, en el que el escritor leonés afincando en Valencia novela la vida “apasionada y arriesgada” de Ricardo con el objetivo de dar a conocer su rostro más “secreto, íntimo y humano”. Esta novela ha obtenido el Premio Vicente Blasco Ibáñez de Narrativa en castellano, incluido en los galardones Ciutat de Valencia. El volumen, estructurado en “escenas dispersas que ofrecen un paseo por los recuerdos y momentos más intensos” de la biografía de Ricardo, retrata la figura del cineasta e intelectual, así como un fresco de la Valencia de los años veinte, treinta y cuarenta.
Junto a la política, el otro sesgo de su trayectoria vital fue su pasión cinéfila, que despertó en él siendo un niño, cuando asistió por casualidad a una filmación en un patio valenciano, y culminó con la creación de la Filmoteca que hoy lleva su nombre en su ciudad natal. Como técnico, productor, escritor o ideólogo, por mucho tiempo no hubo en España ninguna iniciativa cinematográfica relevante de la que no fuera parte principal, casi siempre conspirando y moviendo los hilos desde la retaguardia: las primeras revistas críticas que abogaron por un neorrealismo español (Índice, Objetivo, Cinema Universitario), las Conversaciones de Salamanca, la nueva ola protagonizada por Bardem y Berlanga, la complicada singladura de UNINCI (la productora gestionada por la cúpula del Partido Comunista), el nuevo cine español, el intento de incorporar al cine español al legendario guionista italiano Cesare Zavattini, los rodajes españoles de Buñuel, la vanguardista Escuela de Barcelona...
Hacia el final de su vida, cuando Ricardo volvió a Valencia para buscar en ella la magdalena de Proust, ya hacía veinte años que ejercía de anticomunista, concretamente desde que el desastre de UNINCI dio al traste con buena parte de sus ambiciones y algunas de sus amistades. Aunque aún seguía votando comunista en Cataluña, al PSUC, andaba enredado en un particular ajuste de cuentas con la memoria, algo que fue notorio en su manejo del Congreso Internacional de Intelectuales y Artistas de 1987, una repetición del Congreso de Intelectuales Antifascistas de 1937, donde ahora quería hacer del André Gide de Retour de l’URSS.
En 1995, cuando el PP sustituyó al PSOE al frente de la Generalitat, Ricardo, nuevamente desencantado de sus últimos compañeros de viaje, con los que había sostenido varios pulsos de poder, consiguió ser el único gestor cultural de la etapa socialista que se mantuvo al frente de un puesto de responsabilidad. Pero antes de morir, consolidada la Filmoteca en la que fundió sus entusiasmos de cinéfilo y memorialista, Ricardo pensaba regresar definitivamente a Barcelona, chasqueado de una Valencia en la que nunca se reencontró.
En un manuscrito inédito titulado El viaje y fechado en marzo de 1993 ya había escrito: “Atrás dejo esta ciudad terrible, poblada una gran parte por seres deleznables, sin calma, sin la bondad del pueblo como núcleo de quietud, reposo y tranquilidad cotidiana. Valencia es una ciudad inhóspita, sin lugares para el descanso, para el aseo, sin esas avenidas que pueden llevarte a la dicha. (...) El tren sigue alejándome y acercándome. ¿Puedo ser un valenciano desarraigado, sin raíces? Mis raíces tan sólo son un recuerdo, unas imágenes, unos olores, un pálpito familiar o amoroso”.
Quien quiera conocer más de Ricardo puede leer De Ricardo Muñoz Suay, de César Gavela. Se trata de un «libro de amigo», según el autor, en el que el escritor leonés afincando en Valencia novela la vida “apasionada y arriesgada” de Ricardo con el objetivo de dar a conocer su rostro más “secreto, íntimo y humano”. Esta novela ha obtenido el Premio Vicente Blasco Ibáñez de Narrativa en castellano, incluido en los galardones Ciutat de Valencia. El volumen, estructurado en “escenas dispersas que ofrecen un paseo por los recuerdos y momentos más intensos” de la biografía de Ricardo, retrata la figura del cineasta e intelectual, así como un fresco de la Valencia de los años veinte, treinta y cuarenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario