domingo, 20 de mayo de 2007

CAHIERS-ESPAÑA

Ha nacido Cahiers du Cinèma. España, una revista de cine seria en el páramo español, donde hasta ahora campaba a sus anchas la visión del cine como industria y cuenta de resultados. Dirigida por Carlos F. Heredero, la revista se enmarca en un proceso de proyección internacional emprendido por Cahiers du Cinèma, que recientemente se ha presentado también traducida al inglés sobre Internet (www.e-cahiersducinema.com). La edición española contará con un tercio de los textos publicados en la revista francesa, junto a los artículos escritos directamente por los críticos y los colaboradores españoles.

Cahiers du Cinèma
, la más anciana y prestigiosa de las revistas de cine, fue fundada en 1951 por André Bazin, Jacques Doniol-Valcroce y Joseph-Marie Lo Duca, siendo el desarrollo de la originaria Revue du Cinéma. Muy pronto acogió en sus páginas a una generación de cinéfilos entusiastas que, al pasar detrás de las cámaras, se convertirían en los grandes renovadores del cine francés y mundial: Rohmer, Truffaut, Godard, Rivette, Chabrol, Chris Marker...


Cahiers
apareció tras la terrible experiencia del fascismo, cuando Europa celebraba el cine americano como expresión de un verdadera cultura popular de proyección universal. A pesar de la regresión democrática que suponía la “guerra fría” y su “caza de brujas”, los críticos de Cahiers aún hablaron de Hollywood como la “patria de las artes, lo que fue Florencia en el Quattrocento para los pintores, o Viena en el siglo XIX para los músicos” (Eric Rohmer, 1955), aunque el sueño hollywoodiense ya desfallecía: su modelo económico, industrial y estético estaba entrando en crisis con la llegada de la televisión.


Cahiers-España
surge en un momento en que el cine vuelve a experimentar otra de sus “crisis”, provocada por los cambios tecnológicos. Veintinueve cineastas españoles y latinoamericanos responden en sus páginas a una encuesta sobre el alcance de la actual mutación del cine. “¿Cómo afronta usted, como creador, la práctica del cine frente a un futuro ya inmediato de cambios y transformaciones en la naturaleza de las imágenes?”. Algunos directores niegan la mayor: “La naturaleza de las imágenes no cambia porque surjan nuevas tecnologías”, dice Gutiérrez Aragón. “Cuando alguien confunde el cincel con la Venus de Milo, malo, malo”.


No sólo el cine cambia, la crítica también
, titula su artículo el crítico Ángel Quintana, donde escribe que el viejo kinetoscopio de Thomas A. Edison, un extraño artilugio que permitía observar individualmente las películas asomándose a un cajón de madera, parece haberle ganado la partida al cinematógrafo de los hermanos Lumière, al salón oscuro donde un público numeroso observa imágenes que se mueven en una pantalla.


Con el cine digital o numérico triunfa la soledad del espectador frente al fomento del sentido de comunidad que el cine ha venido escenificando como ritual colectivo, cambia la fisiología y psicología de la percepción de la realidad artificial. A propósito, en las mismas páginas de Cahiers-España un interesante artículo de Santos Zunzunegui pone en relación dos obras producidas en el estudio de Edison hacia 1889 con la película digital de David Lynch Inland Empire, en un intento de tender puentes entre el pasado y el presente.


Las obras del estudio de Edison a las que se refiere Zunzunegui son Monkeyshines nº 1 y nº 2, “rodadas” por W.K.L. Dickson y W. Hise, y se encuentran en un pack de cuatro discos editados por la casa norteamericana Kino, titulado Edison: The Invention of The Movies. Se trata de una serie de fotogramas de apenas un minuto de duración que se animaban mediante un cilindro giratorio, antes de que el cine fuera cine. Zunzunegui describe sus imágenes “fantasmáticas, en las que evolucionan formas ectoplasmáticas, en el límite mismo de la visibilidad”.


Tanto Edison y sus colaboradores como Lynch “se comportan como rotuladores de campos en los que brotará una cosecha cuyo significado no puede definirse todavía con precisión”, escribe Zunzunegui. ¿Asistimos al “proceso de disipación de un universo o al nacimiento de un mundo a punto de adquirir forma ante nuestros ojos”? Es difícil saberlo. Para Zunzunegui, tanto Lynch como Edición en su momento nos obligan “a un replanteamiento de las fórmulas estereotipadas que sigue adoptando esa “suspensión de la incredulidad” que funda nuestra condición de espectadores”.

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