miércoles, 23 de mayo de 2007

CHABROL/FINCHER

Un azar ha querido que coincidan en la cartelera Borrachera de poder, la película de Claude Chabrol presentada en el festival de Berlín de 2006, y Zodiac, la película de David Fincher estrenada en la presente edición del festival de Cannes. La primera es obra de un viejo socarrón de la nouvelle vague, un nuevo y sorprendente capítulo de su colaboración con la actriz Isabelle Huppert, que aquí interpreta a una juez de instrucción dispuesta a desenmascarar un caso de corrupción político-financiera (inspirado en el escándalo Elf). La segunda es una obra de madurez de un director habituado a escarbar en el mundo del terror, el crimen y la depravación, que aquí, como en Seven, vuelve al género del asesino en serie (basándose en el caso del "asesino del Zodiaco").

Claude Chabrol atesora una filmografía redonda, plena de jalones que reflejan la evolución de la sociedad que le ha tocado vivir. Las relaciones de clase, el universo familiar, el influjo del dinero y la pulsión criminal le son temas caros, como el del poder y la justicia, en cuyo teatro de sombras y máscaras se mueve su última película. El próximo 24 de junio cumplirá 77 años, en plena forma. Como dice mi amigo Jonás, Chabrol es uno de los pocos directores que aún se divierte y nos divierte con la puesta en escena: con la altura de la cámara puede hacer un gag sobre la estatura de un personaje. Su cine sigue lleno de esta regocijante inventiva.


David Fincher cumplirá 45 años el próximo 28 de agosto. Ha sido técnico de efectos visuales, productor de series de televisión y realizador de publicidad y video-clips antes de iniciar su carrera como director de cine con Alien 3 y de adquirir notoriedad por el impacto visual de Seven y la perversa atmósfera de El club de la lucha. En su nueva película abandona la pirotecnia visual de estas películas para beber de las fuentes del cine de su juventud: Serpico de Lumet o Todos los hombres del presidente de Pakula, por ejemplo, películas de aspecto “objetivo” y realismo meticuloso, la forma en que ahora aborda la caza del célebre asesino de la Costa Oeste.


Ambas son películas llenas de información, muy dialogadas, atentas a los mecanismos procedurales de sus intrigas, aunque ninguna propone una conclusión: los ebrios de poder de Chabrol son piezas prescindibles en manos de un poder mayor que renueva constantemente su corrupción, y la búsqueda de la verdad en Fincher termina siendo una obsesión que anula a sus personajes o los encierra en un laberinto con su fantasma. En ambas no hay lugar para la vida íntima o erótica de los personajes, éstos están cautivos de su universo mental, como si vivieran un sueño o pesadilla, obcecado, mitómano y vulnerable.


La sombra de Fritz Lang, de su modernidad, planea sobre ambas películas. Chabrol vuelve a su querido Doctor Mabuse, donde el príncipe del mal ya quería hundir a un juez de instrucción. El poder de sugestión del famoso doctor de Weimar también parece recorrer la puesta en escena de lo oculto de Fincher, cuya película remite a su vez a otra de Lang, M, con su despliegue policial, su eco mediático y su histeria ciudadana puestas al día de la sociedad de la información. En Fincher el “virus Mabuse” remueve los sentimientos de culpabilidad de los personajes, mientras que en el thriller vodevilesco de Chabrol los gestos del poder se exhiben sin ofrecer tregua a la moral.

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