miércoles, 20 de junio de 2007

EPPUR SI MUOVE!

Tras un prodigiosa carrera en el campo del cortometraje, Félix Viscarret ha estrenado su opera prima, Bajo las estrellas, cuatro veces premiada en el festival de Málaga, con los premios a la película, la dirección, el guión y el actor protagonista (Alberto San Juan). Es una personal adaptación de El trompetista del Utopía, la novela de Fernando Aramburu, que cuenta el regreso al hogar familiar –en Estella, Navarra– de un trompetista fracasado que toca el metal en garitos de mala muerte de Madrid.

No es el retorno del hijo pródigo ni un regreso al paraíso, es la vuelta de un crápula a un paisaje ciertamente hermoso, pero asfixiante, cercado por industrias fallecientes y poblado por individuos embrutecidos y con peligrosos prontos de violencia fanática. Se quiso salir de ahí en busca de otros horizontes, pero ahora, rotos los sueños, se vuelve para enterrar el cadáver del padre, un requeté que en paz descanse, él y su
tradición religiosa y monárquica.

Las peripecias comienzan justo al regreso, en esta desarbolada Itaca, un ambiente hostil más propio del universo western, como indican enseguida la gráfica de los títulos de crédito y la música de banjo, adonde llega nuestro (anti)héroe con una trompeta por pistola. Aquí sus compinches son el lunático de su hermano (Julián Villagrán), escultor de hierros residuales, una mujer golpeada por la vida (Emma Suárez) y, sobre todo, la hija de ésta (Violeta Rodríguez), unos ojos abiertos de par en par para volver a ver el mundo, como en aquella lejana Alicia en las ciudades de Wim Wenders.

En los márgenes de la sociedad, esta banda de excluidos lo tiene difícil para ayudarse mutuamente, también porque son víctimas de los propios errores y torpezas. Pero nuestro trompetista tiene algo de Ave Fénix, sus lágrimas son curativas y finalmente es capaz de resurgir de sus cenizas. El Hogar que acaba formando, con su anhelada paz, está construido sobre toda clase de disfunciones y ruinas. Tiene algo de paradójica ironía, pero sus lazos son más fuertes y auténticos que los que bendice la sociedad bienpensante.

La puesta en escena de Viscarret también se comporta con un “fuera de la ley”. Jump cut, animación de foto fija, cámara a mano o plano secuencia conviven en su seno según respira la historia. Se compone a trazos de energía, de impulsos vitales, de pura supervivencia, y el relato se arma donde menos se le espera. Tiene mirada de pintor o poeta para encontrar en el detalle la cifra del misterio que nos cuenta: la vida que se desentraña constantemente, hecha de jirones. Y cuanto más física es su imagen, más se palpa su belleza.

Ahora Bajo las estrellas arranca entre las películas más vistas de la cartelera y se la saluda como la sorpresa española del año, pero hasta que el festival de Málaga apostó por ella, nadie la quiso. Casi dos años ha estado durmiendo en las latas. Fernando Trueba la produjo como lo ha hecho siempre, con artesanía e independencia. No contó con una distribución previa y encontrarla ha sido un calvario. La ceguera establishment de nuestro cine la escupía: quienes no habían decidido hacerla, no la consideraban su “negocio”. Ni el de nadie.

Ante este estado de cosas, no es de extrañar que otro productor de largo recorrido, Andrés Santana, haya decidido distribuir por su cuenta y riesgo su última producción, La caja, la opera prima de Juan Carlos Falcón. Sin caer en la campaña contra el cine español que venimos padeciendo, con huelgas de exhibidores y encuestas tendenciosas, que consideran el cine una mercancía más y comprar una entrada el equivalente a un voto en unas elecciones democráticas, es un hecho que a la industria le falta autocrítica y revisar los modelos que propicia.

El dominio de las televisiones y la integración vertical de las estructuras de producción, distribución y exhibición han llevado a la asfixia los sueños de independencia de nuestros productores. Pero en las aguas revueltas del cine de hoy aún quedan algunos que resisten la corriente y no abjuran del papel que les corresponde. Bajo las estrellas resuenan las palabras que Galileo murmuró con cabezonería contra el dictado de la autoridad: Eppur si muove!

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