Ayer murió el maestro Fernando Fernán-Gómez. Nos queda su obra como actor y director de cine, autor teatral y novelista, memorialista y articulista de prensa. Inconmensurable.
El año pasado Luis Alegre y David Trueba estrenaron La silla de Fernando, un documental donde Fernán-Gómez, en su casa, sentado en una silla, habla en primer plano sobre su manera de ver la vida y estar en el mundo. Fue una idea feliz, que nos acercó para siempre la faceta menos pública del cómico, su gusto por la conversación privada. Trueba dijo entonces que la película era una contribución al cine-espectáculo, porque hoy, cuando sólo se habla para opinar y una opinión no puede durar más de veinte segundos, disfrutar durante más de una hora del formidable don para la charla de Fernán-Gómez es un espectáculo inigualable.
Deberían editarla en DVD, ahora que se ha ido Fernán-Gómez, para hacernos la ilusión de una velada “personal” con la mejor compañía y escucharle hablar de la República y la guerra civil, de Franco y Marlene Dietrich, del whisky y la religión, de las mujeres y la muerte. Y disfrutar sobre todo por cómo lo cuenta: con proximidad y humor, sin petulancia, y sin renunciar al caos y la arbitrariedad propios de las conversaciones.
Su conversación se transforma un género libérrimo, con el que no se pretende convencer a nadie de nada. El documental muestra el puro goce de la charla, de comunicar no tanto algo concreto como de regocijarse en el propio conversar. El arte de la charla, un fin en si mismo. Esa gratuidad era parte integral de Fernán-Gómez, de su generosa acracia.
Fue su última película. Ya nació testamentaria, pero no en el sentido habitual, de balance y saldo de cuentas. No hay reflexiones ni justificaciones ni nada que pondere sobre su obra variada, fecunda y capital. Arranca en los títulos con fragmentos del último espectáculo que representó en un teatro, en 1992, como para despedir al cómico. Luego sólo se le vuelve a ver actuar en retrospectiva, a través de algunos extractos de sus películas que sirven para que respire la velada. Durante el grueso del metraje nos quedamos solos con su rostro y su palabra, como si ya registrásemos su pérdida. Irreparable.
En la charla el cómico se disuelve y reaparece el ser humano, sin guión ni maquillaje, como las estatuas de las leyendas griegas que rompen las redes que las sujetan y empiezan a moverse. En su silla, Fernando ni actúa ni hace, simplemente habla a rostro descubierto, y es su gesto, expuesto sin trascendencia alguna, lo que aparece. Es el ser en el lenguaje, que diría el filósofo, que al reconocer que no tiene propiamente nada que decir se abre a ese profundo vacío que es la dimensión ética. Ver a Fernando charlando en su silla es ver un carácter moral. Su retrato último, testamento y homenaje inolvidable.
2 comentarios:
¡Sigfrid! ¡Te has abierto un blog!
(siento decir esto en la entrada de Fernán-Gómez, pero...)
¡hola sigfrid! Que maravilla otro sitio donde encontrarte.Muy bonito el articulo y muy linda la despedida de todos los que tuvieron el privilegio de conocer a Fernán Gómez.
Recuerda te espero en el teatro.
Un beso
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