jueves, 17 de mayo de 2007

RAFAEL AZCONA

Ediciones Aborigen acaba de publicar La Paella de Rafael Azcona. Se trata de una historia que en principio, hace veinte años, estaba pensada para que fuera el episodio piloto de una serie de televisión sobre cómo se divertían en los años 40 y 50 los españoles. "Un apunte de sainete", según su autor, que refleja la moral y las costumbres de la España del franquismo a través del viaje de una pareja de recién casados al Vaticano para entregarle al Papa una paella.

El cine español le debe todo (o casi) a Rafael Azcona. Su labor de guionista atraviesa el cuerpo de las filmografías de Ferreri, Berlanga y Saura, y está presente en algunos hitos de otros directores de fuste: con Fernando Trueba en El año de las luces, Belle Époque y La niña de tus ojos; con José Luis García Sánchez en, al menos, La corte del faraón, Pasodoble, El vuelo de la paloma y Suspiros de España (y Portugal); o con José Luis Cuerda, en El bosque animado y La lengua de las mariposas. Si a todo esto añadimos sus colaboraciones con dos directores del cine “comercial” como Pedro Masó y José María Forqué y sus guiones singulares para Nieves Conde, Bardem, Fernán-Gómez, Giménez Rico, Gutiérrez Aragón o Bigas Luna, entre otros, se vislumbra el calado de su impronta cinematográfica.

El escritor Bernardo Sánchez ha estudiado lo que él llama “el incremento transversal del inventario de Azcona” en un libro magnífico, Rafael Azcona: hablar el guión (editorial Cátedra), llegando a la conclusión de que lo que siempre ha hecho Azcona –en el cine como en su novelas– ha sido absorber ‘lo que va pasando’, llevarse un ‘cacho de país’: “(Intra)historia de España, o mejor, de los españoles”. Sánchez recuerda a propósito la postulación de Azcona a favor de José Luis López Vázquez, “crisol del sujeto que él va perfilando”, al que logra refundar como actor incorporándolo, y Azcona con él, al universo de Carlos Saura, sobre todo en El jardín de las delicias y La prima Angélica.


Sánchez ha puesto de relieve el entronque de Azcona no sólo con una tradición española que cristaliza en el esperpento, y que se transforma y sobrevive con él en la posguerra, refugiado en el humorismo de La Codorniz, sino también con Los papeles del Club Pickwick, Ionesco, Swift, Beckett, y sobre todo con Kafka. Aunque no llegó a rodar con Ferreri su proyectada adaptación de El castillo, “el castillo es el continente de algunos de sus principales contenidos”, sostiene Sánchez, la arquitectura de “una visión del entramado social como máquina inerte, letal y disfuncional”. Una maquinaria que proyecta, y esto es lo terrible, “un fantasma de ‘libertad’, que no consiste (¿?) sino en los intersticios que abre el tiempo muerto, en la cuerda que se da para luego ahorcarse”.


Azcona, hijo de sastre como Lubitsch, escribe y rescribe los guiones hasta conseguir la estructura narrativa más ligera posible: “invisible como las costuras de un traje”, como él dice. Sabe que el guión no es un estado definitivo y así concibe también sus novelas de los años 50, las que viene rescribiendo desde 1998 aproximadamente, porque ahora ve las cosas de otra manera y quiere aclarar cómo las veía entonces, cuando sufría el yugo de la censura. Su penúltima reescritura es la de Los europeos, editada por Tusquets, donde narra con su personal mezcla de sorna y lirismo las desventuras de un delineante y un amigo tarambana en una Ibiza poblada por juerguistas y falsos aristócratas.

1 comentario:

(!) hombre perplejo dijo...

Magnífico. Acabo de declararme enganchado oficialmente a tu blog.

perplejos saludos!