La película francesa lleva a la pantalla la realidad de un colegio multirracial de París y pretende ser, en palabras de su director, “una reflexión sobre la sociedad francesa contemporánea, que es compleja, polifacética, múltiple”. Por su parte, el Gobierno francés intenta que la directiva europea permita la expulsión de los menores con independencia de su situación escolar, sin esperar al final del curso. El presidente Nicolas Sarkozy, de cara a la próxima presidencia francesa de la UE, que empezará el próximo julio, promueve la adopción de medidas tales como “contratos de integración” obligatorios y visados biométricos.
Inspirada en una historia real, la película belga se fija en la vida de una inmigrante albanesa que se casa con un drogadicto para conseguir un pasaporte de la Unión Europea y a continuación se ve obligada por un taxista italiano a colaborar en una red de matrimonios por papeles. Bélgica ha sido noticia recientemente por el caso de Ana y Angélica Cajamarca, madre e hija ecuatorianas que fueron retenidas el año pasado en un centro de detención de inmigrantes ilegales. Ana tiene 11 años y llevaba años escolarizada. La presión pública y mediática hizo que fueran liberadas, pero aún se arriesgan a ser detenidas y encarceladas.
Otra de las películas europeas premiadas en Cannes, la italiana Gomorra, de Matteo Garrone, basada en la novela de Roberto Saviano, que obtuvo el Gran Premio del Jurado, se sumerge en la periferia norte de Nápoles para retratar el fenómeno de la Camorra. La reciente persecución gitana en Italia, donde se han asaltado y quemado varios campamentos de eslavos y yugoslavos, ha sido liderada precisamente por la Camorra, cuyas constructoras pretenden edificar viviendas sobre el suelo quemado. El gobierno de Berlusconi ha colaborado en la “razzia” con la detención de 268 inmigrantes y, en lugar de detener a los culpables de los asaltos, ha aprobado nuevas medidas que convierten la inmigración clandestina en un delito penado con entre seis meses y cuatro años de cárcel.
Bajo la presión de los gobiernos de Sarkozy y Berlusconi, la Unión Europea no quiere ver los pogromos a los que conduce la retórica populista de la “seguridad”. De momento, la nueva legislación prevista en la directiva europea rehabilita la figura jurídica de la “detención administrativa”, tan propia de los regímenes dictatoriales, una degradación de las garantías de la ley penal democrática que supone, en la práctica, que el inmigrante podrá estar detenido hasta 18 meses en los centros de retención sin que medie decisión judicial alguna. Es la contribución europea al fracaso de la Declaración Universal de Derechos Humanos, ahora que se celebra el 60º aniversario de su proclamación.
El filósofo de la política Giorgio Agamben recuerda que fue Hanna Arendt quien por vez primera vinculó el fin de los “derechos del hombre” al ocaso del Estado-nación al fijarse en la figura del refugiado, por cuanto ésta rompía la identidad entre hombre y ciudadano, entre nacimiento y nacionalidad, sobre la que se funda “la ficción originaria de la soberanía”. De igual manera, el fenómeno de la llamada emigración ilegal está enfrentando a Europa con una “masa residente estable de no-ciudadanos” o “denizens” que ya no son representables dentro del Estado-nación, cuyas categorías jurídico-políticas tradicionales se corroen lentamente.
“Justo en el momento en que pretende dar lecciones de democracia a culturas y tradiciones diversas, la cultura política de Occidente no se da cuenta de que ha perdido por completo su canon”, escribe Agamben, que nos alerta: “No conviene no olvidar que los primeros campos fueron construidos en Europa como espacios de control para los refugiados, y que la sucesión de campos de internamiento-campos de concentración-campos de exterminio representa una filiación perfectamente real”.
Afortunadamente el cine a veces actúa como una verdadera comunidad. Caja de resonancia de los miedos y mitos de la sociedad, aún parece dispuesto a observar críticamente los recelos y supersticiones que la sociedad teje en torno al extranjero, tal vez con la voluntad de recuperar para las ciudades europeas su antigua vocación de ciudades del mundo.
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